Ganadores del concurso de traducción
El I concurso de traducción organizado por el blog ya tiene ganadores. Muchas gracias a todos los que habéis participado por vuestro interés y trabajo.
El ganador del la traducción de la canción "En Diciembre" de Nicolás Soloviov es Javier Tarazona Ortiz, la ganadora de la traducción del cuento "El sombrero vivo" de Nicolás Nosov es Ana Celia Hermosilla Vicente y el ganador de la traducción del fragmento de "Dama con perrito" de Antón Chejov es Adrián Navarro Polo.
Estas son las traducciones ganadoras:
En diciembre
Blanco diciembre, diciembre nevado
Árboles de Navidad en el jardín deseado
Todos girando y cantando dando vueltas sin cesar
Todos bailando en torno a la Navidad
Resbaladizo diciembre, diciembre nevado
Trineos y toboganes en el jardín deseado
Todos girando y cantando dando vueltas sin cesar
Todos bailando en torno a la Navidad
Cantarín diciembre, diciembre nevado
Villancicos y canciones en el jardín deseado
Todos girando y cantando dando vueltas sin cesar
Todos bailando en torno a la Navidad
Javier Tarazona Ortiz
“El sombrero animado”
El sombrero descansaba en la cómoda y el gatito Vaska estaba echado en el suelo muy cerquita, mientras Vovka y Vadik estaban en la mesa pintando sus dibujos. De pronto, detrás de los niños algo se movió y cayó al suelo. Se volvieron y vieron el sombrero en el suelo, al lado de la cómoda.
Vovka se acercó a la cómoda, se arrodilló intentando coger el sombrero y de repente gritó:
-¡Ay, ay, ay! –y se apartó rápidamente.
-¿Qué te pasa? –le preguntó Vadik.
-El sombrero… ¡se mueve solo!
-¿Quién se mueve solo?
-El som-som-sombrero.
-Pero, ¿qué dices? ¿Desde cuándo los sombreros se mueven solos?
-Mí-míralo tú mismo.
Vadik se acercó al sombrero y lo observó atentamente. En ese momento el sombrero empezó a arrastrarse directamente hacia él. El niño gritó:
-¡Ah! –y saltó al sofá. Vovka también.
El sombrero se detuvo cuando llegó al medio de la habitación. Los niños lo miraban temblando de miedo. Entonces el sombrero se dio la vuelta y arrastrándose de nuevo, se encaminó al sofá.
-¡Socorro! –gritaron los niños.
Se bajaron del sofá y salieron corriendo de la habitación. Llegaron a la cocina y allí se encerraron los dos.
-¡Yo me-me voy!- dijo Vovka.
-¿A dónde?
-Me voy a mi casa.
-¿Por qué?
-¡Me da miedo el sombrero! Es la primera vez que veo que un sombrero va andando por una habitación.
-Pero, ¿no puede ser que alguien lo esté manejando con un hilo?
-Claro, ve a verlo, compruébalo.
-Vamos juntos. Yo cojo el atizador. Si el sombrero viene hacia nosotros, le golpearé con el atizador.
-Espera, yo también cojo un atizador.
-Pero no tenemos dos atizadores…
- Bueno, entonces cojo este bastón de esquí.
Los niños abrieron la puerta empuñando el atizador y el bastón de esquí cada uno y buscaron el sombrero por la habitación.
-¿Dónde está? –preguntó Vadik.
-Míralo allí, cerca de la mesa.
-Ahora voy a darle con el atizador –dijo Vadik.-Deja que se arrastre más cerca, ¡sombrero piojoso!
Pero el sombrero estaba quieto cerca de la mesa, sin moverse.
-Bueno, se habrá asustado –pensaron alegremente los niños. -Tiene miedo de pelear con nosotros.
-Ahora mismo lo espanto –dijo Vadik.
El niño empezó a golpear el atizador mientras gritaba:
-¡Oye, tú, sombrero!
Pero el sombrero no se movía.
-¿Y si cogemos unas patatas y se las tiramos? –sugirió Vovka.
Los niños volvieron a la cocina, cogieron de la cesta unas cuantas patatas y empezaron a arrojárselas al sombrero. Tiraron una y otra vez hasta que por fin Vadik acertó a darle. ¡Cómo se levantó el sombrero de un salto!
-¡Miau! –gritó algo. Y entonces, debajo del sombrero apareció primero una cola gris, después una pata y finalmente salió el gatito entero.
-¡Vaska! –lo llamaron aliviados los niños.
-Quizás estaba tumbado en el suelo y el sombrero le cayó encima desde la cómoda –dedujo Vovka.
Vadik atrapó a Vaska y lo abrazó.
-Vaska, bonito, ¿cómo llegaste debajo del sombrero?
Pero Vaska no contestó nada, solamente gruñó un poco y cerró los ojos porque le molestaba la luz.
Ana Celia Hermosilla Vicente
"La dama del perrito"
En la casa de Moscú ya estaba todo preparado para el invierno: se abrían las estufas y, por la mañana, cuando los niños se preparaban para ir al colegio, se bebía té, estaba oscuro, y la niñera, durante un rato, encendía el fuego. El frío ya había llegado.
Con la caída de la primera nevada, desde el primer día, ya se viaja en trineo. Da gusto ver blancos los campos y blancos los tejados, se respira bien, pausadamente. Es durante estos momentos cuando acuden a nuestra memoria los años de juventud. La bondadosa expresión de los viejos tilos y abedules, blancos de escarcha, más cercanos a nuestros corazones que los cipreses y las palmeras; junto a ellos, no se quiere pensar ni en mares ni montañas.
Gurov era moscovita: regresó a su ciudad durante un apacible y frío día, y, una vez puestos su abrigo de piel y sus guantes de cabritilla, salió a dar una vuelta por la calle Petrovka. Era sábado por la tarde y, para el momento en el que escuchó el tañido de las campanas, su reciente viaje, y los lugares en los que había estado, ya habían perdido para él toda su gracia.
Paulatinamente se sumergía en la vida de Moscú: devoraba ya con avidez tres periódicos al día, aunque dijese que por principios no leía periódicos moscovitas. Se dejaba ya caer por clubes y restaurantes, acudía a banquetes y conmemoraciones, le halagaba recibir visitas de importantes abogados y artistas y, jugar a las cartas con catedráticos en el Club de los Doctores. Ya era capaz, incluso, de comerse una ración entera de solianka en la cazuela…
Transcurrían los meses, y, Anna Serguievna se iba perdiendo en la neblina de los recuerdos. Pensaba él que ya solo se le aparecería de vez en cuando en sueños, con una conmovedora sonrisa como ya había acontecido en otros. Pero pasaron más meses, sobrevino el invierno profundo y, su memoria se aclaró: fue como si se hubiese separado de Anna Serguievna justo el día anterior, los recuerdos se hacían más vivos.
En la calma vespertina llegaban hasta su despacho las voces de los niños recitando las lecciones, o bien se escuchaba una romanza, el piano del restaurante o el aullido de la ventisca en la chimenea… Y de repente, todo revivía en su mente: lo que sucedió en el muelle, el comienzo de la mañana con la niebla en las colinas, el vapor de Feodosia… y los besos.
Durante largo tiempo se paseaba por la habitación mientras evocaba y se sonreía. Después, los recuerdos pasaban a ser ilusiones y, en su imaginación, el pasado se mezclaba con el porvenir.
Anna Serguievna no es que no soñase con él, sino que le seguía a todas partes como si fuese su sombra, velaba por él. Con los ojos cerrados, él la veía, de carne y hueso, y se aparecía más guapa, joven y delicada de lo que era. Él mismo aparecía mejor de cómo estaba entonces en Yalta. Durante las tardes, ella le contemplaba: desde la librería, la chimenea, la esquina… y él era capaz de poder escuchar su respiración y la fricción del roce de su ropa.
En la calle, seguía a las mujeres con la mirada, pero ninguna se le parecía…
Adrián Navarro Polo
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