EL MUNDO. MIÉRCOLES 14 DE DICIEMBRE DE 2016
XAVIER COLÁS
Moscú
Muchas veces el camino áspero
es el que se adapta mejor a las necesidades
de la formación. Rusia
es un país frío, que un día estuvo
aislado de muchas otras naciones
y que tiene un idioma cuyo aprendizaje
equivale a empezar a hablar
y escribir de nuevo. A pesar
de todo, a sus universidades se
acercan en la actualidad muchos
estudiantes que llegan buscando
una educación de calidad a un
precio razonable. Así está despegando
poco a poco Rusia como
potencia universitaria.
El abaratamiento del rublo y
una cantera de profesores muy veteranos
que todavía esperan el relevo
generacional convierten a
Rusia en una oportunidad para futuros
ingenieros, médicos y profesores.
Mientras la Guerra Fría
vuelve a resurgir entre Rusia y Occidente,
en el plano universitario
hace tiempo que empezó el deshielo.
Los campus rusos están más
abiertos que nunca, y tienen programas
educativos en inglés e incluso
en español.
Entre las universidades con mayor
número de estudiantes extranjeros
destaca sobre todo la famosa
Universidad Rusa de la Amistad de
los Pueblos (RUDN). En tiempos
de la URSS había un 70% de estudiantes
extranjeros y un 30% de estudiantes
soviéticos. Ahora la cifra
ha dado la vuelta: hay un 70% de
estudiantes del país y un 30% son
de fuera. «Tenemos 8.000 estudiantes
de fuera, ofrecemos en lengua
española una especialización en
Economía enfocada para América
Latina y también hay ramas sanitarias
como Farmacia y Odontología,
estas dos últimas en inglés», explica
orgullosa Larissa Efremova, vicedirectora
de Desarrollo Acadé-
mico Internacional de la RUDN.
En cuanto a presencia de alumnos
extranjeros, también sobresalen la
Universidad Estatal y la Universidad
Politécnica Pedro el Grande de
San Petersburgo y la Universidad
Estatal Lomonosov de Moscú.
El número de estudiantes forá-
neos en Rusia ha crecido hasta casi
triplicarse en diez años. En el
curso 2004-2005 eran 100.000 y, al
llegar el verano de 2015, la cifra
estaba en 282.000. Uno de ellos es
el español Juan Gual, de 28 años,
que en 2011 llegó a la Universidad
Estatal de Moscú a estudiar el doctorado
en Geológicas. De los primeros
meses recuerda el aprendizaje
del idioma desde por la mañana
hasta por la tarde, las
infernales lecciones de matemáticas
en ruso para preparar los exá-
menes de acceso de otros estudios,
las pequeñas habitaciones compartidas
en la residencia y el hastío
del papeleo sin fin. Le impactó
la talla humana de los profesores,
«todos tan soviéticos, con mucha
experiencia, capaces de hacer mucho
con poco, muy curtidos, analó-
gicos como los de antes, pero con
un nivel muy bueno», explica este
oscense amante de los espacios
abiertos y de las recetas gastronó-
micas de lugares recónditos.
Estudiar en Rusia es como escalar
una montaña: desde la cúspide
INTERNACIONALIZACIÓN ALUMNOS EXTRANJEROS
RUSIA QUIERE
SER POTENCIA
UNIVERSITARIA
Una formación de calidad a precios razonables ha
triplicado su alumnado foráneo en apenas 10 años
Arriba, la fachada de la Universidad Estatal Lomonosov de Moscú. En la foto inferior, un aula llena de alumnos de la misma universidad. NATALIA RYAZANTSEVA
E M 2
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todo parece fácil, pero antes hay
que ascender muy despacio. Por eso
existe este periodo de formación
previa para los estudiantes extranjeros
antes de su incorporación a
los estudios en ruso: 52 semanas,
un año lectivo. De éstas, 38 están
dedicadas a clases y cuatro a la temporada
de exámenes. El resto son
vacaciones. Pero es necesario afrontar
las pruebas de acceso y superar
la omnipresente burocracia, que te
acompaña hasta el último día.
El filtro de entrada determina
que es necesario adquirir un nivel
mínimo de ruso: un vocabulario de
al menos 2.300 palabras, la comprensión
de textos y la lectura. «En
mi caso, había estudiado ruso en
Zaragoza, pero tengo un compañero
mexicano que vino sin saber nada
de ruso», recuerda Gual.
El Ministerio de Educación calcula
que más de 40.000 de ellos estudian
gracias a becas rusas. Por nú-
mero de alumnos destacan los paí-
ses de la vieja órbita socialista:
Ucrania, Moldavia, Tayikistán o Uzbekistán.
América Latina es una
fuente muy importante también: especialmente
Colombia, Guatemala
y Perú. También tiene mucho peso
Asia, sobre todo China. Palestina,
Siria e Irak completan el mosaico
de las principales nacionalidades.
Efremova cree que el precio no es el
principal factor a la hora de optar
por Rusia: «Ofrecemos tradición y
garantía de calidad, la gente que estudia
con nosotros son después profesionales
respetados».
Las universidades rusas ya han
logrado atraer al alumnado extranjero,
pero tienen pendiente cobrar
relevancia mundial. Sólo desde el
año 2011 las Universidades de Rusia
han podido poner en marcha
una verdadera política de investigación
científica después de que el Ministerio
de Educación de Rusia eligiese
27 universidades para financiar
su labor investigadora. Dos
años después se creó el Programa
5Top100 para favorecer el posicionamiento
de15 universidades rusas
dentro de las 100 primeras posiciones
de los ránkings internacionales.
La Universidad Lomonosov de Moscú
está en el puesto 77 del Ranking
Universitario Mundial CWUR 2016.
Tres universidades rusas han sido
incluidas en el Ranking de Reputación
Mundial de 2016 elaborado por
The Times Higher Education
(THE). Uno de los frenos es que tienen
todavía pocos profesores extranjeros.
Y que la cantidad de estudiantes
de fuera estudiando es porcentualmente
bastante menor que
la de las universidades occidentales.
El año pasado, el porcentaje de jó-
venes llegados de otros países suponía
menos del 3% del total. Pero de
cara a 2018 el Ministerio de Educación
y Ciencia ruso prevé aumentar
este porcentaje hasta el 10%.
Otra batalla pendiente es la de
las escasas referencias en publicaciones
científicas. Algunos expertos
creen que la economía rusa, basada
en la exportación de hidrocarburos
y materias primas, no favorece
el desarrollo de las innovaciones en
un amplio espectro. Pero hay proyectos
de gran calado. La Universidad
Estatal de Moscú Lomonósov
planea construir un cluster de
430.000 metros cuadrados dedicado
a la investigación científica cerca
del campus principal. Es una de
las universidades más antiguas de
Rusia, pero aspira a convertirse en
la versión rusa de Silicon Valley.
Precisamente, el ámbito de la comunicación
ha abierto nuevos caminos
en la jungla universitaria rusa.
Iago Fernández llegó a hacer un
máster en periodismo internacional
de dos años de duración en la
RUDN tras terminar Derecho en La
Coruña: «Quería aprovechar la experiencia
para practicar el ruso que
había aprendido tras los seis cursos
de la escuela de idiomas». La mayoría
de las profesoras eran buenas,
sabían de lo que hablaban y, en contra
de la tónica general en Rusia, su
nivel de inglés era satisfactorio.
«Los contenidos respondían más
a la parte internacional que a la de
periodismo, aunque no estaban muy
actualizados», recuerda este joven
nacido en 1991, que no quiso dedicarse
a la abogacía y ha preferido
ver mundo. En su clase eran pocos
alumnos y destaca una asignatura
«que estaba relacionada con la influencia
de las nuevas tecnologías y
las redes sociales en la actualidad y
su uso en acontecimientos como la
primavera árabe y otros contextos
en los que el papel del llamado periodismo
ciudadano era clave».
El máster costaba 10.000 euros y,
a través de él, logró unas prácticas
en la agencia ITAR-TASS ayudando
a gestionar sus redes sociales en inglés.
«Así seguí a diario la crisis en
Ucrania», recuerda ahora, aunque
hay una vivencia claramente imborrable:
«El día en que Putin visitó
nuestra universidad y la ovación que
le dieron los alumnos, contenidos
detrás de unas cintas de seguridad».
En el barrio de Belaievo, no lejos
del centro de la ciudad, es habitual
ver a los estudiantes foráneos de la
RUDN mezclarse con la población
local. «Ecuador, Colombia, Cuba y
Venezuela son países muy importantes
para nosotros en cuanto a
número de alumnos, también China,
por motivos obvios de tamaño»,
añade Efremova. Los estudiantes
extranjeros han descubierto Rusia.
Aunque de momento pocos están ahí para quedarse.
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