Ganadores del II concurso de traducción del blog
Ya tenemos ganadores del II concurso de traducción del blog. Muchas gracias a todos los que habéis participado y enhorabuena a los ganadores de esta edición.
Por las circunstancias excepcionales que estamos viviendo no va a ser posible la celebración de un acto acompañando la entrega de premios, como era nuestro deseo, pero ya estamos tramitando la manera para que los ganadores reciban su regalo.
El ganador de nivel básico con la traducción de "Скрюченная песня" es Andrés Puey Montes.
La ganadora de nivel intermedio con la traducción del relato "СИЛА ДЕТСТВА" de Lev Tolstói es María Bernad Roche.
La ganadora de nivel avanzado con la traducción del fragmento de "Maestro y Margarita" de Bulgakov es Ana Orús París
Estas son las traducciones ganadoras:
Había una vez un hombre
Con las piernas deformes,
Que caminó un siglo entero
Por un tortuoso sendero.
Tras el río serpenteante
En una casa zigzagueante
Pasaban el invierno y el verano
Los ratones enroscados.
A las puertas se alzaban
Abetos arqueados,
Y vagaban despreocupados
Unos lobos dislocados.
Por allí también rondaba
Una gata ovillada,
Y ésta maullaba
Sentada en la ventana.
Más allá del puente oscilante
Una campesina cimbreante
Por el pantano descalza
Como una rana saltaba.
En su mano llevaba
Una vara combada,
Y tras ella volaba
Una grajilla encorvada.
EL PODER DE LA INFANCIA (L.N. TOLSTOI) traducción de María Bernad Roche - Nivel intemedio
- ¡Matadlo!... ¡Disparadle!... ¡Disparad ahora mismo a ese bastardo!... ¡Matadlo!... ¡Cortad la garganta del asesino!... ¡Matadlo, matadlo! Gritaban voces masculinas y femeninas entre la multitud.
Una inmensa masa de gente conducía a un sujeto a lo largo de la calle. Era un hombre, alto y erguido, caminaba con paso firme y con la cabeza en alto. En su bello y valeroso rostro se apreciaba una expresión de desprecio y de rabia hacia la gente que lo rodeaba.
Era una de esas personas que, en la guerra del pueblo contra el gobierno, luchaban del lado del gobierno. Ahora había sido capturado e iba a ser ejecutado.
“¿Qué hacer? La fuerza no siempre está de nuestro lado. ¿Qué hacer? Ahora tienen el poder. Para morir así, es evidente que es necesario”, pensó el hombre y, levantando los hombros, sonrió fríamente hacia los gritos que se seguía escuchando entre la multitud.
- Es un ciudadano, ¡nos ha disparado esta mañana! – se oyó entre la multitud,
Pero la masa de gente no se detuvo y se lo llevaron. Cuando llegaron a la calle donde yacían en las aceras los cuerpos de las personas asesinadas por las tropas, la multitud estaba furiosa.
- ¡Nada que posponer! Disparad aquí ahora mismo al culpable, ¿a dónde lo podríamos
llevar si no? – gritaba el gentío.
El prisionero frunció el ceño y levantó aún más la cabeza. Parecía odiar a la multitud todavía más de lo que la multitud lo odiaba a él.
- ¡Por matar a todo el mundo! ¡Espías! ¡Reyes! ¡Popov! ¡Y estos bastardos! ¡Matadlo,
matadlo ya! – gritaban unas voces femeninas.
Pero los dirigentes de la multitud decidieron llevarlo a la plaza para deshacerse de él allí.
La plaza no estaba muy lejos, en un momento de calma en las últimas filas de la multitud, se escuchó un pequeño llanto.
- ¡Papá! ¡Papá! – gritaba entre sollozos un niño de seis años, escabulléndose entre la multitud para acercarse al prisionero. - ¡Papá! ¿Qué están haciendo contigo? ¡Espérame, espérame, llévame contigo, llévame contigo!...
Los gritos cesaron entre la multitud que marchaba con el niño, y la gente, haciendo sitio delante de él, del mismo modo que antes hacían fuerza, dejó pasar al niño y acercarse cada vez más a su padre.
- ¿Y este niño tan lindo? – dijo una mujer. - ¿A quién buscas? – dijo otra inclinándose hacia el niño. - ¡Papá! ¡Déjame ir contigo! – gritó el niño. - ¿Cuántos años tienes, pequeño? - ¿Qué vas a hacer con mi papá? – respondió el niño.
“Vuelve a casa, niño, ve a casa con tu madre”, dijo uno de los hombres al niño.
El prisionero había oído la voz del niño y lo que los demás le habían dicho. Su rostro se volvió aún más sombrío.
- ¡No tiene madre! – gritó contestando a las palabras del que había enviado al niño con su madre.
Apretándose cada vez entre la multitud, el niño consiguió llegar a su padre y estiró la mano hacia sus brazos.
En la multitud, todos gritaban lo mismo: “¡Matadlo! ¡Colgadlo! ¡Disparad a ese canalla!”
- ¿Por qué te has ido de casa? – dijo el padre al niño.
“¿Qué quieren hacer contigo?” – dijo el niño.
“Vas a hacer esto”, declaró el padre.
- ¿El qué? - ¿Conoces a Katyusha? - ¿La vecina? Claro que sí. - Entonces ve a su casa y quédate con ella. Y yo... ya iré.
“No me iré sin ti”, dijo el niño llorando.
“¿Por qué no te vas?”
“Van a matarte.”
- No, no son nadie, son así.
El prisionero bajó las manos del niño y fue a ver al hombre que se había deshecho de la muchedumbre.
“Escúchame”, dijo, “mátame cuando y donde quieras, pero no en su presencia”, señaló al niño. – Desáteme sólo dos minutos y cójame de la mano, le explicaré que sólo estamos paseando y que usted es mi amigo, y así se irá. Y luego... después máteme como quiera.
El jefe aceptó.
Entonces el prisionero cogió de nuevo al niño en sus brazos y le dijo:
- Sé inteligente, ve a casa de Katya. - ¿Qué haces? - Ves, estoy caminando con este amigo, vamos a seguir un poco más, tú te vas, y luego
iré yo. Ve y sé un niño bueno.
El niño observó a su padre, inclinó la cabeza a un lado, luego al otro y se quedó pensando.
- Venga, cariño, luego vuelvo. - ¿Vienes?
El niño obedeció. Una mujer lo llevó fuera de la multitud.
Cuando el niño desapareció, el prisionero declaró:
- Ahora estoy preparado, matadme.
Y después ocurrió algo completamente incomprensible e inesperado. Un mismo espíritu despertó en todas esas personas hasta aquel momento crueles, despiadadas y llenas de odio, y en tan sólo un minuto, y una mujer dijo:
- ¿Sabéis qué? Dejadlo marchar.
“Y que Dios lo bendiga” – dijo otro. – Dejadle.
- ¡Dejadle ir, dejadle ir!” – tronaba la multitud.
Y el hombre orgulloso y despiadado que había detestado a la multitud durante un largo minuto, sollozó, cubrió el rostro con sus manos y, cual culpable, se alejó corriendo de la multitud... Y nadie le detuvo.
"Maestro y Margarita". Traducción de Ana Orús París - Nivel Avanzado
¡Sígueme, lector! ¿Pero quién te ha dicho a ti que no existe en este mundo un amor verdadero, fiel, eterno? ¡Que le corten a ese necio su lengua infame!
¡Sígueme a mí, querido lector, y solo a mí, y te mostraré un amor así!
¡No! El maestro se equivocaba cuando, en el hospital, en esa hora nocturna que ha atravesado ya la medianoche, le decía amargamente a Ivánuska que ella le había olvidado. Eso no era posible. Por supuesto que ella no le había olvidado.
En primer lugar, te contaré un secreto que el maestro no quiso revelar a Ivánushka: su amada se llamaba Margarita Nikoláievna. Todo lo que el maestro había dicho acerca de ella era la pura verdad. Había descrito fielmente a su amante. Ella era hermosa e inteligente. A esto había que añadir una cosa más: se puede asegurar que muchas mujeres habrían dado todo – lo que fuera- por cambiar su propia vida por la de Margarita Nikoláievna. Margarita, de treinta años y sin hijos, estaba casada con un especialista muy relevante que, entre otros, había hecho un importantísimo descubrimiento de interés nacional. El marido era joven, guapo, bueno, honrado y adoraba a su mujer. Juntos ocupaban toda la planta superior de una mansión con jardín en una de las calles próximas a Arbat. ¡Fascinante lugar! Cualquiera puede comprobarlo si desea encaminarse a dicho jardín. Que se dirija a mí y le indicaré la dirección y la ruta: la mansión se mantiene intacta por ahora.
A Margarita Nikoláievna no le faltaba el dinero. Margarita Nikoláievna se podía comprar todo lo que le apeteciera. Entre los conocidos de su marido había gente interesante. Margarita Nikoláievna jamás había tocado un infiernillo. Margarita Nikoláievna no conocía los horrores de la vida en un piso compartido. En resumidas cuentas… ¿Era feliz? ¡Ni un solo minuto! Desde que a los diecinueve años se casara y se fuera a vivir a la mansión, no había conocido la felicidad. ¡Dioses, dioses míos! ¿Pero qué le faltaba a esta mujer? ¿Qué necesitaba esta criatura de ojos siempre iluminados por un leve brillo enigmático? ¿Qué necesitaba esta mujer capaz de hechizar con un ojo entrecerrado y que por entonces se engalanaba con mimosas en primavera? No lo sé. Lo desconozco. Evidentemente, ella había dicho la verdad: lo que necesitaba era a él, al maestro, y no mansiones góticas, ni jardines privados, ni dinero. Ella lo amaba: decía la verdad. Incluso a mí – narrador veraz, aunque externo- se me encoge el corazón al pensar en lo que experimentó Margarita, cuando al día siguiente llegó a la casita del maestro - sin haber tenido tiempo, afortunadamente, de dar explicaciones a su marido, que no había vuelto cuando estaba previsto-, y se dio cuenta de que el maestro ya no estaba.
Hizo todo por saber algo de él; pero, por supuesto, no consiguió absolutamente nada. Así que, entonces, volvió a su mansión y retomó su vida anterior.
-¡Sí, sí, sí, el mismo error de siempre! – decía Margarita ese invierno, sentada junto a la estufa y mirando el fuego -. ¿Por qué me fui de su lado aquella noche? ¿Por qué? ¡Menuda locura! Volví al día siguiente, como le había prometido, pero ya era tarde. ¡Sí, regresé, como el desdichado Leví Mateo, demasiado tarde!
Todas estas palabras eran, por descontado, desatinadas, porque, de hecho, ¿qué habría cambiado si esa noche ella se hubiera quedado con el maestro? ¿Es que habría podido salvarlo? “¡Grotesco!” – exclamaríamos-. Pero no vamos a hacerlo ante una mujer consternada.
Entre esos tormentos pasó Margarita Nikoláievna todo el invierno y llegó hasta la primavera. Justo el mismo día en el que sucedió toda aquella conmoción ridícula provocada por la aparición del mago negro en Moscú; ese viernes en el fue enviado de vuelta a Kiev el tío de Berlioz, y fue arrestado el contable, y en el que tuvieron lugar todos aquellos acontecimientos irracionales e inexplicables, Margarita se despertó cerca del mediodía en su dormitorio, que daba al torreón de la mansión.
Al despertar, Margarita Nikoláievna no se echó a llorar como sucedía frecuentemente, porque presintió que ese día, finalmente, algo iba a suceder. Reconocido ese presentimiento, se dispuso a darle vida y forma en su interior, por miedo a que la abandonara.
¡Yo lo creo! – musitaba Margarita con solemnidad- ¡Lo creo! ¡Algo va a pasar! No puede no suceder. ¿O es que acaso he venido a este mundo a sufrir de por vida? Reconozco que he mentido y engañado, y he llevado una vida clandestina a escondidas de la gente; pero, con todo, no merezco un castigo tan cruel. Algo va a pasar, seguro, porque nada hay que dure eternamente. Además, mi sueño ha sido premonitorio. Doy fe.
Así murmuraba Margarita Nikoláievna, con la vista puesta en el cortinaje carmesí inundado de sol, mientras se vestía desasosegada y peinaba su corto cabello rizado ante el espejo de tres hojas.
El sueño que Margarita había tenido esa noche era verdaderamente inusual. La verdad es que durante su invierno de tormento, ella nunca había visto en sueños al maestro. Por la noche él la abandonaba, y ella solo sufría durante las horas del día. Y entonces llegó en ese sueño.
Soñó Margarita con un lugar ignoto, incierto, triste, bajo un cielo sombrío de primavera temprana. Soñó con un cielo desgarrado, grisáceo y fugitivo, y debajo de él, una bandada de grajos silenciosos. Una especie de puentecito torcido, y por debajo, un turbio riachuelo primaveral. Árboles sombríos, miserables, casi desnudos. Un álamo solitario. Y más lejos – entre los árboles- una caseta de troncos de madera, que no se sabía si era una cocina exenta, una banya o el diablo sabrá qué. Todo inerte, tan desolado, que casi invitaba a ahorcarse en ese álamo junto al puentecillo. Ni soplo de brisa, ni movimiento de nubes, ni un alma. ¡Todo un paraje infernal para cualquier ser humano!
Y he aquí, imagínenselo, que se abre la puerta de la caseta de troncos, y aparece él. Bastante lejos, aunque nítidamente visible. Andrajoso, no se distingue lo que lleva puesto. Despeinado y sin afeitar. Ojos enfermos, angustiados. La llama con la mano. La está llamando. Ahogándose en el aire inerte, Margarita echó a correr a su encuentro por el desigual terreno, y en ese momento se despertó.
“Un sueño así solo puede significar una de estas dos cosas - reflexionaba Margarita Nikoláievna-. Si está muerto y me llama, esto quiere decir que ha venido por mí y que pronto moriré. Pues muy bien, porque entonces llegarían a su fin mis sufrimientos. Pero si está vivo, entonces el sueño solo puede significar una cosa: ¡que él quiere hacérseme presente! Quiere decirme que vamos a volver a vernos. Sí, nos vamos a ver muy pronto.”
- ¡Matadlo!... ¡Disparadle!... ¡Disparad ahora mismo a ese bastardo!... ¡Matadlo!... ¡Cortad la garganta del asesino!... ¡Matadlo, matadlo! Gritaban voces masculinas y femeninas entre la multitud.
Una inmensa masa de gente conducía a un sujeto a lo largo de la calle. Era un hombre, alto y erguido, caminaba con paso firme y con la cabeza en alto. En su bello y valeroso rostro se apreciaba una expresión de desprecio y de rabia hacia la gente que lo rodeaba.
Era una de esas personas que, en la guerra del pueblo contra el gobierno, luchaban del lado del gobierno. Ahora había sido capturado e iba a ser ejecutado.
“¿Qué hacer? La fuerza no siempre está de nuestro lado. ¿Qué hacer? Ahora tienen el poder. Para morir así, es evidente que es necesario”, pensó el hombre y, levantando los hombros, sonrió fríamente hacia los gritos que se seguía escuchando entre la multitud.
- Es un ciudadano, ¡nos ha disparado esta mañana! – se oyó entre la multitud,
Pero la masa de gente no se detuvo y se lo llevaron. Cuando llegaron a la calle donde yacían en las aceras los cuerpos de las personas asesinadas por las tropas, la multitud estaba furiosa.
- ¡Nada que posponer! Disparad aquí ahora mismo al culpable, ¿a dónde lo podríamos
llevar si no? – gritaba el gentío.
El prisionero frunció el ceño y levantó aún más la cabeza. Parecía odiar a la multitud todavía más de lo que la multitud lo odiaba a él.
- ¡Por matar a todo el mundo! ¡Espías! ¡Reyes! ¡Popov! ¡Y estos bastardos! ¡Matadlo,
matadlo ya! – gritaban unas voces femeninas.
Pero los dirigentes de la multitud decidieron llevarlo a la plaza para deshacerse de él allí.
La plaza no estaba muy lejos, en un momento de calma en las últimas filas de la multitud, se escuchó un pequeño llanto.
- ¡Papá! ¡Papá! – gritaba entre sollozos un niño de seis años, escabulléndose entre la multitud para acercarse al prisionero. - ¡Papá! ¿Qué están haciendo contigo? ¡Espérame, espérame, llévame contigo, llévame contigo!...
Los gritos cesaron entre la multitud que marchaba con el niño, y la gente, haciendo sitio delante de él, del mismo modo que antes hacían fuerza, dejó pasar al niño y acercarse cada vez más a su padre.
- ¿Y este niño tan lindo? – dijo una mujer. - ¿A quién buscas? – dijo otra inclinándose hacia el niño. - ¡Papá! ¡Déjame ir contigo! – gritó el niño. - ¿Cuántos años tienes, pequeño? - ¿Qué vas a hacer con mi papá? – respondió el niño.
“Vuelve a casa, niño, ve a casa con tu madre”, dijo uno de los hombres al niño.
El prisionero había oído la voz del niño y lo que los demás le habían dicho. Su rostro se volvió aún más sombrío.
- ¡No tiene madre! – gritó contestando a las palabras del que había enviado al niño con su madre.
Apretándose cada vez entre la multitud, el niño consiguió llegar a su padre y estiró la mano hacia sus brazos.
En la multitud, todos gritaban lo mismo: “¡Matadlo! ¡Colgadlo! ¡Disparad a ese canalla!”
- ¿Por qué te has ido de casa? – dijo el padre al niño.
“¿Qué quieren hacer contigo?” – dijo el niño.
“Vas a hacer esto”, declaró el padre.
- ¿El qué? - ¿Conoces a Katyusha? - ¿La vecina? Claro que sí. - Entonces ve a su casa y quédate con ella. Y yo... ya iré.
“No me iré sin ti”, dijo el niño llorando.
“¿Por qué no te vas?”
“Van a matarte.”
- No, no son nadie, son así.
El prisionero bajó las manos del niño y fue a ver al hombre que se había deshecho de la muchedumbre.
“Escúchame”, dijo, “mátame cuando y donde quieras, pero no en su presencia”, señaló al niño. – Desáteme sólo dos minutos y cójame de la mano, le explicaré que sólo estamos paseando y que usted es mi amigo, y así se irá. Y luego... después máteme como quiera.
El jefe aceptó.
Entonces el prisionero cogió de nuevo al niño en sus brazos y le dijo:
- Sé inteligente, ve a casa de Katya. - ¿Qué haces? - Ves, estoy caminando con este amigo, vamos a seguir un poco más, tú te vas, y luego
iré yo. Ve y sé un niño bueno.
El niño observó a su padre, inclinó la cabeza a un lado, luego al otro y se quedó pensando.
- Venga, cariño, luego vuelvo. - ¿Vienes?
El niño obedeció. Una mujer lo llevó fuera de la multitud.
Cuando el niño desapareció, el prisionero declaró:
- Ahora estoy preparado, matadme.
Y después ocurrió algo completamente incomprensible e inesperado. Un mismo espíritu despertó en todas esas personas hasta aquel momento crueles, despiadadas y llenas de odio, y en tan sólo un minuto, y una mujer dijo:
- ¿Sabéis qué? Dejadlo marchar.
“Y que Dios lo bendiga” – dijo otro. – Dejadle.
- ¡Dejadle ir, dejadle ir!” – tronaba la multitud.
Y el hombre orgulloso y despiadado que había detestado a la multitud durante un largo minuto, sollozó, cubrió el rostro con sus manos y, cual culpable, se alejó corriendo de la multitud... Y nadie le detuvo.
"Maestro y Margarita". Traducción de Ana Orús París - Nivel Avanzado
¡Sígueme, lector! ¿Pero quién te ha dicho a ti que no existe en este mundo un amor verdadero, fiel, eterno? ¡Que le corten a ese necio su lengua infame!
¡Sígueme a mí, querido lector, y solo a mí, y te mostraré un amor así!
¡No! El maestro se equivocaba cuando, en el hospital, en esa hora nocturna que ha atravesado ya la medianoche, le decía amargamente a Ivánuska que ella le había olvidado. Eso no era posible. Por supuesto que ella no le había olvidado.
En primer lugar, te contaré un secreto que el maestro no quiso revelar a Ivánushka: su amada se llamaba Margarita Nikoláievna. Todo lo que el maestro había dicho acerca de ella era la pura verdad. Había descrito fielmente a su amante. Ella era hermosa e inteligente. A esto había que añadir una cosa más: se puede asegurar que muchas mujeres habrían dado todo – lo que fuera- por cambiar su propia vida por la de Margarita Nikoláievna. Margarita, de treinta años y sin hijos, estaba casada con un especialista muy relevante que, entre otros, había hecho un importantísimo descubrimiento de interés nacional. El marido era joven, guapo, bueno, honrado y adoraba a su mujer. Juntos ocupaban toda la planta superior de una mansión con jardín en una de las calles próximas a Arbat. ¡Fascinante lugar! Cualquiera puede comprobarlo si desea encaminarse a dicho jardín. Que se dirija a mí y le indicaré la dirección y la ruta: la mansión se mantiene intacta por ahora.
A Margarita Nikoláievna no le faltaba el dinero. Margarita Nikoláievna se podía comprar todo lo que le apeteciera. Entre los conocidos de su marido había gente interesante. Margarita Nikoláievna jamás había tocado un infiernillo. Margarita Nikoláievna no conocía los horrores de la vida en un piso compartido. En resumidas cuentas… ¿Era feliz? ¡Ni un solo minuto! Desde que a los diecinueve años se casara y se fuera a vivir a la mansión, no había conocido la felicidad. ¡Dioses, dioses míos! ¿Pero qué le faltaba a esta mujer? ¿Qué necesitaba esta criatura de ojos siempre iluminados por un leve brillo enigmático? ¿Qué necesitaba esta mujer capaz de hechizar con un ojo entrecerrado y que por entonces se engalanaba con mimosas en primavera? No lo sé. Lo desconozco. Evidentemente, ella había dicho la verdad: lo que necesitaba era a él, al maestro, y no mansiones góticas, ni jardines privados, ni dinero. Ella lo amaba: decía la verdad. Incluso a mí – narrador veraz, aunque externo- se me encoge el corazón al pensar en lo que experimentó Margarita, cuando al día siguiente llegó a la casita del maestro - sin haber tenido tiempo, afortunadamente, de dar explicaciones a su marido, que no había vuelto cuando estaba previsto-, y se dio cuenta de que el maestro ya no estaba.
Hizo todo por saber algo de él; pero, por supuesto, no consiguió absolutamente nada. Así que, entonces, volvió a su mansión y retomó su vida anterior.
-¡Sí, sí, sí, el mismo error de siempre! – decía Margarita ese invierno, sentada junto a la estufa y mirando el fuego -. ¿Por qué me fui de su lado aquella noche? ¿Por qué? ¡Menuda locura! Volví al día siguiente, como le había prometido, pero ya era tarde. ¡Sí, regresé, como el desdichado Leví Mateo, demasiado tarde!
Todas estas palabras eran, por descontado, desatinadas, porque, de hecho, ¿qué habría cambiado si esa noche ella se hubiera quedado con el maestro? ¿Es que habría podido salvarlo? “¡Grotesco!” – exclamaríamos-. Pero no vamos a hacerlo ante una mujer consternada.
Entre esos tormentos pasó Margarita Nikoláievna todo el invierno y llegó hasta la primavera. Justo el mismo día en el que sucedió toda aquella conmoción ridícula provocada por la aparición del mago negro en Moscú; ese viernes en el fue enviado de vuelta a Kiev el tío de Berlioz, y fue arrestado el contable, y en el que tuvieron lugar todos aquellos acontecimientos irracionales e inexplicables, Margarita se despertó cerca del mediodía en su dormitorio, que daba al torreón de la mansión.
Al despertar, Margarita Nikoláievna no se echó a llorar como sucedía frecuentemente, porque presintió que ese día, finalmente, algo iba a suceder. Reconocido ese presentimiento, se dispuso a darle vida y forma en su interior, por miedo a que la abandonara.
¡Yo lo creo! – musitaba Margarita con solemnidad- ¡Lo creo! ¡Algo va a pasar! No puede no suceder. ¿O es que acaso he venido a este mundo a sufrir de por vida? Reconozco que he mentido y engañado, y he llevado una vida clandestina a escondidas de la gente; pero, con todo, no merezco un castigo tan cruel. Algo va a pasar, seguro, porque nada hay que dure eternamente. Además, mi sueño ha sido premonitorio. Doy fe.
Así murmuraba Margarita Nikoláievna, con la vista puesta en el cortinaje carmesí inundado de sol, mientras se vestía desasosegada y peinaba su corto cabello rizado ante el espejo de tres hojas.
El sueño que Margarita había tenido esa noche era verdaderamente inusual. La verdad es que durante su invierno de tormento, ella nunca había visto en sueños al maestro. Por la noche él la abandonaba, y ella solo sufría durante las horas del día. Y entonces llegó en ese sueño.
Soñó Margarita con un lugar ignoto, incierto, triste, bajo un cielo sombrío de primavera temprana. Soñó con un cielo desgarrado, grisáceo y fugitivo, y debajo de él, una bandada de grajos silenciosos. Una especie de puentecito torcido, y por debajo, un turbio riachuelo primaveral. Árboles sombríos, miserables, casi desnudos. Un álamo solitario. Y más lejos – entre los árboles- una caseta de troncos de madera, que no se sabía si era una cocina exenta, una banya o el diablo sabrá qué. Todo inerte, tan desolado, que casi invitaba a ahorcarse en ese álamo junto al puentecillo. Ni soplo de brisa, ni movimiento de nubes, ni un alma. ¡Todo un paraje infernal para cualquier ser humano!
Y he aquí, imagínenselo, que se abre la puerta de la caseta de troncos, y aparece él. Bastante lejos, aunque nítidamente visible. Andrajoso, no se distingue lo que lleva puesto. Despeinado y sin afeitar. Ojos enfermos, angustiados. La llama con la mano. La está llamando. Ahogándose en el aire inerte, Margarita echó a correr a su encuentro por el desigual terreno, y en ese momento se despertó.
“Un sueño así solo puede significar una de estas dos cosas - reflexionaba Margarita Nikoláievna-. Si está muerto y me llama, esto quiere decir que ha venido por mí y que pronto moriré. Pues muy bien, porque entonces llegarían a su fin mis sufrimientos. Pero si está vivo, entonces el sueño solo puede significar una cosa: ¡que él quiere hacérseme presente! Quiere decirme que vamos a volver a vernos. Sí, nos vamos a ver muy pronto.”
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